jueves, 5 de junio de 2008

Dialéctica












La Historia tiene sus propios correctores. Tiene sus errores, sus faltas de congruencia, sus pequeños desencuentros consigo misma, pero cada tanto aparece algo o nace alguien para enmendar.

Yo, tal vez, hoy, después de quinientos años, haya venido al mundo para intervenir por las masacres de la colonización o para impedir la conflagración de la Roma de Nerón. Lo más probable es que haya venido a hacer las veces de antítesis: estoy aquí para ser superado, barrido del camino para arribar a resoluciones. Quizás jamás logré revelarle a Napoleón cuales fueron sus fallas en Waterloo, pero estoy seguro de poder abstenerme de morir en sus filas o en las rivales, o de ser él mismo.

Hemos venido a reparar las estupideces del pasado. Las viejas torpezas, las viejas e insoportables torpezas, deben ser sustituidas por nuevas y mejores. El presente es tan egoísta y arrogante que podría proclamar sus propios errores y sus mayores atrocidades como la solución, la reparación, la denuncia o la superación de los viejos; la verdad es que no son nada menos que la síntesis de estos.

Muertes rockeras o la dignidad de algunos órganos














“Al parecer, el infierno, el purgatorio y el cielo difieren entre si como la desesperación, la cuasi desesperación y la seguridad de la salvación.”

Martin Lutero –Las 95 tesis.

Unos metros antes de llegar a la puerta ya puedo percibir una de las canciones de Dave Matthews que he dejado sonando durante mi ausencia. En la esquina abandoné un taxi, después de un metódico vistazo antes de cerrar la portezuela, por la dudas se me esté olvidando algo. Pienso, mientras entro a mi casa y escucho “Two step” en la computadora, que ese fue otro acto de prudencia en el que me sorprendí en poco tiempo. Lo pienso mientras meto la llave con inusitada habilidad en la cerradura. “Hace un par de días que no hace una gran diferencia ser o no ser torpe”, pienso, “días en que mi torpeza ya no significa una pérdida o una ganancia para mi”.

Resolví, con algo que no fue justamente la practicidad que me han estado demandando desde hace mucho tiempo, un día espantoso. Resolví algo supuestamente tan importante en términos prácticos como mi sobrevivencia sin colocar ni por un segundo los pies sobre la tierra. Pasé un mal día, sólo uno más de la serie de días que empezó hace poco y que seguirá hasta que tener estos dolores y tristezas ya no signifiquen un “mal día”. Cuando desperté me di cuenta de que mi cuerpo me advertía de que había lanzado su plan de acostumbrarse a la alteración nerviosa, pero sin advertirme que me haría pagar ese plan con indefinidos malestares.

Escucho otra canción, “Crash in to me”, y recuerdo con poca satisfacción los instantes de la tarde en los que en una repugnante y violenta explosión de regurgitaciones con las que reaccionó mi ardiente abdomen, mis vías respiratorias quedaron obstruidas por pestilentes materias que residían en mis entrañas. Sólo una cosa me inquieta: que no me haya perturbado tanto la idea de morir asfixiado como pude vislumbrar en dos oportunidades tanto como la repulsión de de tener mi nariz llena de porquería embebida en jugos digestivos. Tuvo mayor peso la indignación por la intervención de órganos tan poco decorosos en mi posible muerte, que el hecho mismo de que estuve a punto de caer asfixiado. Sospecho que por eso lo resolví con tanto denuedo.

La muerte es un asunto sobrestimado. Le ha dado un matiz tan siniestro la amenaza del fuego eterno y las interminables enfermedades terminales, que son más bien una forma horrenda de vida que de muerte. A mí se me apareció como un déjà vu de lo más vulgar, como una forma más de inoperancia y soledad. Era muy simple: si no me daba cuenta de qué hacer, moría, si me daba cuenta vivía. Hay apenas una serie muy corta de muertes importantes reservadas para grandes hombres, que pueden decir “Mehr licht” antes de expirar o citar a algún autor clásico. La muerte del ebrio dormido ahogado en su propio fluido o del heroinómano que se desintegra poco a poco son grandes muertes cuando son aclamadas. Alguien llega a aplaudirlas, de lo contrario serían sólo silencio de muerte y más silencio. Yo iba a tener una muerte a lo Jimi Hendrix o Layne Staley, pero el mundo no iba a saberlo. Es razonable ¿Cómo podría saber el mundo algo de la muerte de uno si nunca supo nada de la vida?

El problema de Orgon












¿Qué es aquello que distingue al capitalismo? la vida en dos planos ¿no lo dijo Marx? La vida en dos planos, es decir, en uno que pisamos y en otro que no vemos aunque esté frente a nuestra nariz. Pero el capitalismo no es la causa; es, como mucho, esa contingencia que hace falta para que una potencia se desarrolle, el golpe justo en el lugar adecuado. O es una consecuencia ¿de qué? del espíritu disociador, del espíritu que separa entre ficticio y real.
No llamaremos real a lo material, ni ficticio a lo imaginario. Una y otra cosa, como ya sabemos, pueden revestir materialidad.
El mal de nuestro tiempo es una especie de esquizofrenia aguda. Pero no una esquizofrenia de los medios productivos, ni del sujeto respecto del objeto, ni de cada sujeto como individuo. Cada cosa está separada de si misma. Digámoslo del siguiente modo: todo, cada cosa por su lado, sujeto, objeto, sistema social, el todo, la parte, cada cosa por su lado, sufre una división en, por lo menos, dos formas. De este modo, lo que vivenciamos como real no es nuestra experiencia, sino un hecho que no hemos producido pero que se presenta como interior a nosotros. Tener una vivencia no es tener una experiencia. Nuestro mal se llama, para mi, el síndrome de Orgon, el mal del que tiene todo frente a los ojos, pero ve otra cosa, como ese célebre personaje de Moliere.
Con un poco de esfuerzo, podríamos partir de la ampliamente aceptada tesis de la división del trabajo. El crecimiento de esta separaría al griego granjero del griego soldado; al preguntarse uno acerca de lo que sucede al interior del trabajo del otro, se vería en una encrucijada, podría intentar responder de dos maneras: usando la imaginación o creyendo lo que le dicen. El orden entre estas dos formas no es cronológico, sino lógico. El griego granjero, tal vez, se responda a la pregunta sobre en qué consiste la vida del griego soldado imaginándolo a partir de la breve parte de la vida de este a la que tiene acceso, para posteriormente recibir una respuesta más compleja, más completa. El griego granjero estará, entonces, separado de la realidad de la vida de su conciudadano soldado por un discurso.
Ese discurso, al cobrar forma publicitaria, podría decirse que se sintetizó: al mismo tiempo que informa de aquello que no ha visto, le dice a uno cómo debe imaginarlo. Esa es la forma contemporánea del mal de Orgon.
La disociación, la esquizofrenia, la alucinación, el culto a la pérdida, el fetichismo de la inexistencia, la vida inapropiable, sirven para mencionar lo mismo, para hablar del sistema de lo vacío, del relleno del vacío con vacío.

Un contretemps à contretemps (Del amor al descuido, del descuido a la muerte)

Vous avez deux choses à perdre : le vrai et le bien, et deux choses à engager : votre raison et votre volonté, votre connaissance et votre béatitude; et votre nature a deux choses à fuir : l'erreur et la misère. Votre raison n'est pas plus blessée, en choisissant l'un que l'autre, puisqu'il faut nécessairement choisir. Voilà un point vidé.

Blaise Pascal –Pensées.


Mientras daba el primer paseo por mi nuevo barrio, se me ocurrió que, como incontables otras veces, yo podía terminar acuchillado en alguna esquina. Sin embargo, a medida que el paseo progresaba, algo que no era un discernimiento ni una intuición, pero que podía encontrarse a mitad de camino entre ambos, me demostraba que mi destino no es el acuchillamiento, que hay personas con ese destino, pero que hay otras que no; así como hay personas cuyo destino es tener contratiempos, en vez de ataques a la integridad física. Para mejor comprensión dejaremos de llamarlo destino y lo llamaremos el "modelo". Mi modelo es el de alguien que tiene contratiempos. Una amiga mía, en cambio, tiene el de pasar por situaciones violentas. De ese modo, obedeciendo a la lógica de nuestros respectivos modelos, mientras que el cajero del súper se queda con la compra que acabo de pagar y que he olvidado llevar conmigo, a mi amiga el mismo cajero le tira con la compra por la cabeza. A mí, se me desmayan encima ancianos gigantes en el colectivo; a ella, en el mismo viaje, ancianas impertinentes le pegan codazos. A mí me pasan balazos de un tiroteo del conurbano mientras mi única preocupación es llegar a la farmacia antes de que cierre. A ella, la tomarían de rehén y la llevarían a pasear por San Justo o Boulogne. Mi modelo no corresponde a la categoría de muerte violenta sino a la de muerte por descuido. Sería más fácil que perdiera la vida por olvidarme de almorzar o de dormir durante tres meses que alistándome para una guerra de Medio Oriente. Sufriré una muerte ridícula algún día, de la que nadie que me conozca se sorprenderá. Tal vez un día conecte, sin darme cuenta, los cordones de mis zapatos a una toma de corriente. Tal vez un día me trague un tenedor olvidando que no forma parte del bocado que sostiene. Sufriré la misma suerte que las plantas que he tratado de cultivar, del pequeño gatito que quise criar o la del conejo Leinsdorf; del amor al descuido y del descuido a la muerte. Contemplar una planta de albahaca no hace que crezca. La contemplación del objeto de amor conduce a descuidarlo, a retenerlo como imagen preciada, a apartarse de él para no contaminarlo: al descuido. La contemplación de mí mismo me llevará a olvidarme de mí y terminaré seco como mi última planta de albahaca, pero con una hermosa imagen de mi impresa en la mente. Mejor que ser acuchillado en una esquina .

Seaman in a sealess town












“Entonces caí enfermo, febril, enloquecido, según explicaron en el hospital, por el miedo. Era posible. Lo mejor que puedes hacer, verdad, cuando estás en este mundo, es salir de él. Loco o no, con miedo o sin él.”

Louis–Ferdinand Céline –Viaje al fin de la noche


Este es el primer colectivo que tomo después de un largo viaje por latitudes ultramarinas. Me lo he tomado en la primera ciudad que piso luego del viaje; una ciudad como cualquier otra que recuerde, con árboles, calles, coches, suciedad. También es la primera mañana que veo desde que desembarqué, con sol, como creo recordar ilusoriamente que eran todas las mañanas en tierra antes de zarpar.

El colectivo huele a vinagre, un estimulo que hubiera sido agresivo para los sentidos de alguien que no acaba de bajar de un barco infecto. Creo recordar, sin embargo, que es así como huelen las personas en general, un recuerdo confuso.

No tengo a donde ir, eso es también lo primero que me sucede luego del viaje. No tener a donde ir: una sensación para nada chocante, más bien familiar. Lo que me resulta curioso es que la primera ciudad donde pongo los pies al salir del océano sea una ciudad sin océano. Una explicación como esa no es una que le incumba a alguien que ha vagado tanto, tan lejos, por tanto tiempo. No hay nada que sea de la incumbencia de una persona así. Viajo de pie, aferrado con la digna pereza que tiene un marino cuando está en tierra firme, estoy habituado al movimiento de bruscos oleajes.

Viajo de pie aunque la mitad de los asientos estén disponibles. No importa, a alguien podría apetecerle tomar asiento más tarde. No tengo a donde ir, nadie me espera. He vuelto lleno de una insólita amabilidad, es el primer descubrimiento que hago desde que llegué. Parece ser la amabilidad de alguien a quien ya no le interesa la hostilidad. Me sorprende el nivel de urbanidad del que soy capaz después de tanto tiempo sumergido en la rudeza y el salvajismo. Las personas no me inquietan; se parecen mucho en cualquier parte del mundo: tal vez aquí o allá son más pequeñas o más pálidas, gigantescas u oscuras, con más o menos ganas de vivir o de matarse entre sí, todos viven básicamente igual, en ciudades con árboles, calles, coches, suciedad, se visten igual, se persignan ligeramente ante cada iglesia, algunas espantan moscas del sueño, otras avispas asesinas, es lo mismo, todas huelen a vinagre.

Siento un dedo en mi hombro, el primer dedo sobre mi hombro. Es un dedo, aun puedo reconocer un dedo. Es como una descarga eléctrica. Vuelvo a sentirlo, se me eriza la piel de recelo. No tengo a donde ir, nadie me espera. El dedo insiste, pero no puede ser nadie, nunca estuve antes en esta ciudad, acabo de bajar de un barco en una ciudad sin mar, sin puerto, el dedo no puede ser de nadie, pero insiste. Se me cruza una idea práctica que aprendí en el océano: decir “señor, no vuelva a tocarme porque voy a golpearlo”. No recuerdo si es lo que acostumbraba decirse antes de embarcarme, pero tampoco recuerdo lo que es ser tocado, llamado por alguien. El dedo me vuelve a tocar, como por descuido, y desaparece. Pero ese último contacto fue distinto, dolió, sentí cómo toda la pesada materia de mi persona se hacía presente, después de mucho tiempo de ausencia. El cuerpo, con toda la brutalidad de mi anatomía, me resultó tan pesado que casi no pude sostenerme en pie. Busque al dueño del dedo, para darle su merecido, tal como había aprendido, convencido de que eso no contradecía la civilidad y la cortesía que había logrado conservar a mi regreso, pero apenas pude mover mis miembros. Un anciano que olía a penetrante vinagre debe haberme creído enfermo, porque me cedió su asiento, en el que caí a pesar de mi voluntad de resistirme. El marchito hombre me tomó del brazo y me sentó como si yo no gozara del vigor de un verdadero marino. Sentí otra descarga eléctrica, más violenta. Quise decirle “señor, voy a golpearlo”, pero mi lengua no me obedeció. Simplemente le eché una mirada de aprensión y temor, que el resto del pasaje pareció haber interpretado como de ternura, porque empezó a aproximarse conmovido. Me hablaban suavemente en un raro dialecto, daban pequeños tirones de afecto a mi cabello que dolían sanguinariamente, se miraban risueños entre sí. Experimenté un vértigo intenso, una incontenible necesidad de volver al océano, como la que sentiría cualquier persona desacostumbrada a las olas por volver a la costa. Nadie me espera, no tengo a donde ir, desembarqué en una ciudad sin mar.

Scraps of delirium (Myth, disease or fable)


Agnus Dei, qui tollis peccata mundis, dona eis requiem sempiternam.
Lux aeterna, luceat eis, Domine, cum sanctis tuis in aeternum, quia pius es."

Requiem k 626. Mozart

Duermo; es un sueño normal, más bien uno bastante frágil. En pocas horas debo despertar para proteger a Viena del asedio otomano. Soy un soldado, uno hecho para morir y, en el mejor de los casos, para matar, pero sólo a los otomanos. Eso me han ordenado: “amparad la ciudad del desorden osmanlí, no flaqueéis ante el potente cañón ni ante la afilada cimitarra, de vos, oh, soldado, dependen los gratos cuartetos de cuerdas y las sonatas, caros a los mortales venideros”. Debo eliminar otomanos, me ha quedado claro. En pocas horas habré despertado para ocupar mi puesto.
Tengo problemas para conciliar el sueño a pesar de que me acuesto muy temprano por la mañana. Pienso, pienso antes de que finalmente la vigilia se rinda y lo hago a mitad del colapso que simula ser el sueño. No recuerdo cuando desperté, pero me resulta penoso volver a dormir. Pronto amanecerá y ocuparé mi lugar en la frontera, donde la ralea mongol amenaza asaltar y destruir la erudición de milenios de mi ilustradísimo pueblo.
Descubro que estoy enfermo, por casualidad, de muy poca gravedad; pero mis miembros me pesan desacostumbradamente y el entendimiento se me nubla. En sueños, alguien, probablemente un huno o un eslavo, cualquier bárbaro devenido en amigo, con un disfraz de pastos, me da incongruentes pero persuasivos consejos. “Pasad a mi lado una semana, me dice, y jamás os volverán a reconocer”. Al verme, me reconozco ataviado con un enorme tricornio de paja y una sotana bizantina. “¡Quedaos!, insiste el hombre de pastos, “¡quedaos y aprenderéis, conmigo, a escapar! ¡A jamás ser alcanzado!”.
Pero al mirar sobre mis hombros, vislumbro a mis espaldas un amanecer de extraño color, que resplandece tras las tropas crueles que he dejado pasar y mellan el suelo de mi descuidada patria. Sones elásticos las acompañan mientras un coro de graznidos anuncia el reinado inesperado. Desmayo; el hombre de pastos se mezcla con la planicie; duermo una vez más; veo todo con la claridad de una profecía.
Una vez caminaba por la calle y un cometa pasó no muy lejos, detrás de la cúpula de la catedral romántico-bizantina con minaretes que hay en mi ciudad. Creo que fui el único en verlo, o el único en creer que fue un cometa y no un juego pirotécnico. Los sonidos imprecisos de unos tamboriles jenízaros, un kamanché y un saz tratando de ejecutar un divertimento mozartiano me hicieron trastabillar, confundido, y mientras buscaba con tristeza un Danubio desecado tuve un único pensamiento claro: que aun juzgando que se tratara de un asteroide a punto de estrellarse sobre algún lugar de la ciudad, lo peor ya había ocurrido. El saz hizo un rubato y me desmayé. No tardaré en ser vituperado por alguno de mis tantos y tan poco amables vecinos; trataré de despertar antes de que me encuentren aquí tirado, pero antes de ocuparme de mi defensa, tal vez sueñe con que no los dejo cruzar mi recordado Danubio.

Finale presto (el prelude de una fugue)


"Érase una vez un tronco de leña."


Carlo Collodi

-Las aventuras de Pinoccio.

He encontrado, una vez más, a mi madre tejiendo: un verdadero consuelo. De vez en cuando, no viene mal probar que algunas cosas no se han fugado de la esfera conocida. Una tarde, después de mucho tiempo, me hundí en un profundo sueño mientras leía La Eneída. Reducido apenas a una exhalación, soñé impunemente; soñé que yo era Eneas, soñé con mi difunto abuelo, quién era como Eneas. Durante muchas noches soñé con mi trismegisto abuelo y con un formidable violoncello que yo ejecutaba con destreza inédita, una y otra vez, una noche tras otra.

Ahora tengo remordimientos, ese consecuente temblor que explica que uno
sigue arraigado a los objetos mundanos: sin duda, uno de mis temblores preferidos.

Mi abuela barre las hojas del otoño, otro respiro.

Una ligustrina gigante espera ser podada en una lejana región de mi infancia: algún bromista afirmaría que espera demasiado tratándose de una planta, pero a mí, que me tomo las cosas en serio, me complace que espere. Rejuvenecí al trasquilar una ancestral barba que había invadido mi semblante como una madreselva intrincada y se había apoderado de toda mi faz, simple y desnuda, dándome la falsa traza de un vikingo solemne.

Soñé, también, con un homicida que me instaba alegremente a que
descuartizáramos y enterráramos un cadáver de su propia autoría. Al despertar
medité largo tiempo en cierto probado arte de despedazar personas, cierta
ciencia de arúspices, para que sigan hablando una vez muertos: el arte de
dejar difuntos insepultos.

No puedo imaginar ninguna clase de futuro; soy, por esa razón, muy dichoso. Aunque, como es costumbre, puede deberse todo a algún hecho trivial, como las visitas a horrendas metrópolis, lugares verdaderamente infectos en el mundo, donde crecen alimañas del tamaño de palacios góticos y los árboles envejecen en las veredas, mientras multitudes florecen en escabrosos alcázares. Acaso fue ese movimiento indolente lo que me ha destruido el espíritu tan minuciosamente, tan perfectamente. En otros sueños, caigo de un muro, la indecente muralla del siniestro arrabal: en los sueños y en los recuerdos de la niñez soy propenso a tales caídas.

Espero lluvias. Espero augures. Las aves acuáticas vuelan cada mañana hacia sus lagunas.

Recupero, con arduo trabajo, el sentido de la fábula; una sensación reconfortante, un alivio.

Por un momento, se me ocurre una idea repulsiva, que advierto con fortuna que será la última: que haya una estirpe que haga hablar a los muertos, que use artilugios innobles para revolverles las entrañas cuando uno quisieran irse al infierno, o al Valhala, o a donde dicte la Fe. Tal vez por eso, las únicas almas que aun nos rondan son las que, habiendo sido aquí cubiertas de ignominia, no fueron admitidas en el otro mundo.

Las aves vuelven de las lagunas.

Lost seafarer (One lost Vergilius)


“Apresuraos en hacer el bien; refrenad vuestra mente hacia el mal, ya que quienquiera que es lento en hacer el bien, se recrea en el mal.”

Dhammapada


Medito mientras navego por un sombrío piélago. “Me siento iluminado”, me digo, “curado de las cinco dolorosas heridas”. La inmensidad no me abisma, haberme perdido en ella fue hallar la verdadera senda. Ya no hay tormentos en el mar brumoso, no hay dolor, no siento hambre ni frío en estos crueles abismos. El sufrimiento es un gran gasto de la energía que le mendigamos al universo.

"Hasta cuándo me lamentaré, hasta cuándo lloraré por la sangre que he derramado, por la que he hecho derramar”, gemía un desventurado que recogí, herido, en las borrascas de la insana curiosidad. Maltrecho el espíritu, yacía sobre las tablas de cubierta.

No hay misterio, no hay terror que me hostigue en este mar, aunque Caribdis
me lleve en su torbellino furioso; sólo miro con mis pupilas palpitantes a lo alto, a la boca del cuenco en el que navegamos. El terror es del curioso que transporto en mi barca. El hombre insensato gime y a la lividez de su rostro le respondo con estas palabras: “el Cielo me ha hecho prudente y compasivo. Todo lo que podemos hacer mientras nos importen las cosas del mundo es lamentarnos todo lo que podamos, de lo derramado, lo por derramar, lo que estamos derramando, es mejor entender que casi todo es lamentable"

Tribus populosas se amontonaban en las costas, en los puertos prohibidos, ignotos ganados de pastores monstruosos y aves de ardiente aleteo, heredado del temible Garuda. Mi incauto pasajero se endereza y pueblos malvados siguen llegando a las riberas de nuestro precipicio marino. El imprudente recupera sus hálitos idos, se yergue sobre sus maltratados miembros. No le alcanza con contemplar. Y llegan hordas belicosas, sordos profetas de tierra adentro, hadas desconsoladas, fabulosas bestias y extraños lugareños que salen de los bosques perfumados.

”Entremos en el puerto”, me insta ansioso, el incauto. “El puerto nos está prohibido”, le respondo desde el timón,“la Tierra no nos es dada”.

“Desembarquemos”, insiste. “Abandonad la borda”, yo le digo, “el liso mar y el abismo infinito son nuestro hogar”. No terminaba de hablar cuando el infortunado se arrojaba a las aguas, exclamando: “Recíbeme, oh , puerto sin nombre, grey monstruosa de la Tierra”. Así fue a la compañía de sabios peces, en el frío lecho de lo profundo.

“Ay del entusiasta”, lloré, “ay del héroe que habiendo rescatado a
desdichada víctima, la pierde en los oscuros litorales del error”. Y alejé
mi nave hacia el horizonte de nubes, hacía la negra pradera, ya sonriente el
espíritu.

Soy como una plegaria, como un soplo; estoy, así, en casi todas partes ¡lástima mi cuerpo! que es mi principal estorbo ¡y mi barca! Pero algún día los abandonaré, los dejaré en plena intemperie, como pasto de vejaciones y ultrajes, y volaré de ellos, pero no hasta no saber dónde.

Review of a fake visit to the Averne (About a fright)


"Pero, por cada sueño que estos vientos nos traen,
¡barren otra docena de los nuestros!"

Howard Phillip Lovecraft
-Soneto XIV de Hongos de Yuggoth, de Vientos estelares.




Las personas que nunca experimentamos temor tenemos un mecanismo que se pone en funcionamiento cada ciertos periodos no muy regulares, digamos cada un año y medio. Este mecanismo consiste en que un día, en algún momento indeterminado después de ese año y medio, digamos cuando uno ha apagado la luz para dormirse, el cuerpo de la persona se estremece en un espasmo de terror y confusión y la mente se trastorna por la eternidad de algunos minutos. Debemos sentirnos agradecidos con la naturaleza que nos regala de vez en cuando estos instantes de horror gratuito, dado que de lo contrario seríamos personas confiadas, ignorantes y, en especial, inmorales.

Después de haber pasado una semana sin dormir, había terminado por perder la conciencia y, sobre todo, el recuerdo de cómo era el sueño y la penumbra que lo acompaña. Había pérdido también la noción de algunas convenciones: persuadido de que la solución para la fatiga devastadora era comer, había intentado descansar repetidas veces durante esos días engullendo bestialmente. Pero el cansancio no se retiraba y la dulce cordura se alejaba de mí como un ave costera que se aparta para fallecer en altamar. En esa playa baldía donde la extenuación y los redundantes panes me habían arrastrado, ante la vista ambigua de inmensidades y acantilados célebres, fui vencido por el letargo y una siesta ignota me hizo su presa.

Al despertar, la penumbra más profunda se extendía de tal modo que me creí en el reino subterráneo. Había perecido, algo me convencía de ese hecho y me inundaba del más ancestral temor: las fuerzas declinantes, la sucesiva pérdida de la razón, esa última playa, tal vez la orilla del río infernal ¿no eran señales suficientes para demostrármelo? ¿Cuánto debía esperar un ser que nunca siente miedo para empezar a desesperarse? Mis convulsiones indignadas, mis estremecimientos en busca de algo, de la mano de Caronte, del prometido fuego eterno, arrojaron objetos contundentes al suelo invisible. No pude encontrar más que una extraña cuerda que, con la presión de mis dedos produjo un horrible relámpago que puso ante mis ojos el paisaje de la más espantosa de las prisiones. Yo estaba encima de un lecho, yaciendo indolente, rodeado de gruesas paredes. ¿Sería esa mi última morada? ¿Estaría pagando ya la pena eterna por mis incontables faltas? Podía ser eso, nada indicaba que no; pero un leve despertar de la conciencia me hizo reconocer algunos de los objetos arrojados: un compás, un libro, una lámpara ¿podían ser objetos del Infierno? Sin duda. Pero estos eran los de mi habitación. Me había despertado y el horror experimentado me dejaba purificado por otro año y medio.

Experiencia con un insecto


"Estar decididos a soportar la vida juntos.
Con todo lo que ello comporta de inmensa ambigüedad
y de falta de confianza."

Robert Musil -Diarios.


Convivía tranquilamente con una polilla, durante mi examen nocturno de infolios caducos. Mientras ella se posaba y aleteaba en el borde de mi libro, bajo la lámpara, y yo reprimía mis deseos naturales de aplastarla, admitía que no me molestaba en absoluto.

Una polilla no hace daño: es pequeña y frágil, no tiene aguijón, no tiene veneno, no transporta hantavirus. Repaso todo esto mientras observo, por un lado, su pata extendida, y algunos centímetros más cerca de la lámpara, campos enteros, a la polilla, aleteando, confusa, mutilada. Me costó entender que a un insecto no le importa mucho perder un miembro. El simple ejercicio de ponerme en su lugar me provoca desesperación. Pienso: este animal vivirá el resto de su vida, aunque su longevidad no le permita llegar a la mañana, sin esa pata que arranqué con mi peculiar torpeza de mamífero. Estoy consternado; la mutilé al dar vuelta la página. Quién hubiera pensado que dar vuelta una pagina sería tan peligroso. Es claro que no estaba preparado para la convivencia con este animal.

Descansa. Parece contemplar a otro pequeño insecto amante de la luz artificial. Imagino que envidia su pata extra, pero es una idea demasiado mamífera. No le duele, eso me consuela. Ahora me cuido muy bien de no aplastar al otro pequeño vecino.

Habitar con otro no puede parecerse a esto: arrancar una pata por descuido. No puedo decir: me propongo respetar la naturaleza, con todos sus seres con vida dentro, y luego no percatarme de la polilla en el borde de mi libro. No tengo pretexto. Debo estar acostumbrado a esa fatal idea según la cual la mejor manera de respetar al prójimo es hacer como si no existiera.

Cólere divine (Variaciones sobre un asunto sospechoso)










"Percibo una voz que siempre me avisa con antelación lo que tengo intención de hacer, sin embargo nunca me incita"
-Sócrates-

El alba me sorprendió encarnizado con el borde de la mesa que construí hace unos días, tratando de tallar alguna figura vista en algún sueño lovecraftiano, alguna garra incomprensible, alguna gárgola innombrable. Desperté aterrorizado, con un resbaladizo escalpelo en mis manos, rodeado de virutas de madera inerte. Un sol malicioso entraba por la ventana. Una sospechosísima manía se ha hecho visible está mañana.

Pero de alguna manera, eso tiende a explicarlo todo. Las compulsiones son sospechosas; las cosas que tienen explicaciones demasiado automáticas, demasiado a mano, son decididamente sospechosas.

El insomnio es inminente. Los escasos momentos de lucidez los aplaco ejercitando la memoria en el juego de memoria del celular. Todo muy dudoso. Algo que tampoco se entiende es esto: haber enfrentado la mañana de esta manera tan obscena, como si uno no conociera el mensaje vulgar, el tono promiscuo en el que se expresan las mañanas de sábado, con toda esa vida volviendo a sus casas, vomitando, riendo y vomitando y probando que uno es invisible, no transparente, insípidamente invisible.

Temo volver, temo que la garra de mi mesa de tablas recicladas haya cobrado vida y se disponga, como me dispondría yo si fuera ella, a provocarme alguna malvada y sangrienta herida. ¿Qué curiosa amalgama de influencias hay en el mundo circundante de uno para que la obra de las propias manos termine presentándose como una entidad amenazadora, peligrosa y completamente impropia? Recordad esto por si está mañana mi mesa me ataca y se enseñorea de toda la casa.

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“Según él, todas las cosas y sentimientos tenían dimensiones, propiedades, causas y efectos fijos; y aunque sabía vagamente que el entendimiento tiene a veces visiones y sensaciones de naturaleza bastante menos geométrica, clasificable y manejable, se creía justificado para trazar una línea arbitraria, y desestimar todo aquello que no puede se experimentado y comprendido por el ciudadano ordinario.”

Howard Phillip Lovecraft –Lo innmobrable.


No puedo dejar de mirarme los tobillos, dejar de leer mi libro y mirarme los tobillos. Puede que no sea para menos ya que tengo puestas unas medias verdes. Desde que lo descubrí no puedo dejar de preguntarme si alguien lo estará notando.
A parte de eso, hay muchos niños. ¿Qué lugar es un lugar donde hay niños, juegos, árboles, bancos, y no es una plaza ni un parque? Intenta ser como aquella pregunta que hace Foucault en “La verdad y las formas jurídicas”. ¿Qué clase especial de lugar es este?
Estoy sentado en el borde de un cerco de ladrillos y, de vez en cuando, interrumpo la lectura para contemplar mis medias. Algunos niños hacen equilibrio caminando sobre el cerco y, más de una vez, atiné a levantarme para que pudieran jugar tranquilos. El que no está tranquilo soy yo; nunca lo estoy cuando veo a los chicos subiendo y bajando de estos extraños juguetes gigantes. Una hamaca ya me resulta extraña. El resto de las estructuras son decididamente macabras, es difícil imaginar para qué han sido construidas.
¿Qué lugar es este, sin ser ni una plaza ni un parque?

Los padres se ven tranquilos. No parecen notar que algunos juegos tienen tornillos y puntas de acero o que algunos hacen que los chicos tengan que quedar suspendidos en el aire o trepar por cadenas, desafiar la gravitación y cosas por el estilo. Si algo le ocurre a alguno de los niños seré el único culpable. Esa posibilidad, junto con mis medias verde musgo, termina por provocarme un poco de náuseas. No hay otro que conozca el secreto oculto tras estos horrendos juguetes públicos; si algo le ocurriera a los niños sería el único culpable.

¿Qué lugar será este que no es plaza ni parque? Se trata de un hueco vacío que quedó después de que construyeran un ministerio, un rectángulo de tierra frente al ministerio de obras públicas o alguno parecido, que han equipado con hamacas, toboganes y otras aberraciones, para que los niños jueguen mientras los funcionarios entran y salen. Es un espacio que no llega a ser un lugar. Es la ruptura de una concepción.


Domus Dei


"Hic est Domus Dei et Porta Coeli"

-Inscripción en el portal de la Catedral de La Plata-


"Cathedral of La Plata, the largest neo-gothic church of XX century", dice la tapa de una guía turística exhibida para la venta en la entrada de la catedral. Mi primera intención había sido utilizar el magno templo como refugio ¿de qué? por ejemplo, del dolor que me provoca el sol, cuando este declinando y, especialmente en domingo, descubre la disolución de los paseantes, de los besos que se daba la gente en la plaza Moreno, de los tambores, de las jóvenes que al notar que soy invisible me cortan el paso sin darse cuenta.

Mi imaginación había agotado todas las contrariedades que podrían presentarse dentro de una iglesia, ninguna tenía verdadera importancia. Pero eso fue porque no lo había imaginado todo. Al atravesar la puerta me llegó la solemne gangosidad de un pequeño órgano que acompañaba una voz casi gregoriana. No estaba mal. Pero no tardé en darme cuenta de que el populus estaba reunido, una mínima parte del populus, y de que un cartel indicaba "no circular durante la celebración de la santa misa".

Me hubiera quedado, por curiosidad profana o antropológica, si no me hubiera percatado a tiempo de que la canción era para acompañar la recolección de las ofrendas. Escapé al mismo tiempo que el órgano y la voz se perdían de tono al unísono y la canasta estaba a mitad de camino de mi bolsillo Protestante.

Spes, spes, spes. Ayer era un sujeto casi feliz, que pensaba en la ciencia y en su efecto desintegrador sobre la Humanidad; hoy, al presenciar dos minutos de misa católica, vuelvo a casa habiendo recordado por qué es necesario no tener esperanzas y tratando de no imaginar los efectos que el sermón habrá producido en las almas que se quedaron una hora entera.

The static being


"A pesar de mi escepticismo me ha quedado algo de superstición."

Milan Kundera -La broma.

Esta mañana, mientras soñaba que no podía moverme, no me resultó curioso darme cuenta de que no me sentía extraño en esa situación: estaba acostado boca arriba, como dicen que uno sueña las pesadillas, acechado por un peligro que no me inquietaba en absoluto. No obstante, sospechando que soñaba, traté de despertarme, lo cual sólo conseguí con un gran esfuerzo. ¿Cuando estuve despierto? Eso es lo último que supe.

Antes de eso, padecí un leve influjo de conciencia, con dolor, con sentimiento de culpabilidad, con la familiar impresión de que había sido sustraído del lugar donde me había dormido y con la certeza de que, por el contrario de como había soñado, estaba boca abajo. Unos segundos más tarde, descubrí que estaba tan inmóvil como en el sueño, tal vez más inmóvil, como aplastado por un techo demasiado bajo, pero aun menos extrañado de la inmovilidad.

Hice un indolente esfuerzo por verificar si estaba tan inmovilizado como sospechaba: en efecto, estaba inexorablemente pegado a lo que supuse que era mi cama de todos los días pero que de momento experimentaba como un altar de mármol al cual me habían atado. Por más que lo intenté, nada me resultó inverosímil. Sí, podía estar a punto de ser sacrificado sobre un ara sagrada, algunos dioses ignotos pero compasivos podrían haber neutralizados mis miembros, incluso mis parpados, o simplemente podía haberme quedado paralizado por circunstancias fortuitas. Intenté moverme una vez más: no pude. Inventé una razón para quejarme: no me la creí.

Cuando finalmente me fue concedido abrir los ojos, descubrí la escena trivial de mi cuarto a mí alrededor, como si me envolviera, como si fuera eso que sentía que me estaba aplastando. Recuperé mi movilidad, sin mucho interés. Era un hecho bastante prosaico: la movilidad de uno.

Desde entonces no ha pasado mucho tiempo, pero me sorprendo con frecuencia ensayando siestas, unas tras otras. Algo me dice que tengo esperanzas en una inmovilidad más prolongada, más acorde a la realidad.


Shoes box


"Y en mi cabeza hay tan poco como adentro de una tumba, y las abejas zumban. "

Robert Musil -El sastre.

Chivilcoy es la cuna de la vida, me dijo alguien que tal vez creyó imaginarla en el Asia Menor; yo tengo la idea de que es la cuna de la muerte, pero tal vez sea por que me lo confundo con el Averno.

En todo caso, vivir en Chivilcoy es una de las tantas formas de vivir en una caja de zapatos; las hay de distintos materiales. Chivilcoy es una de algún material fácil de degradar y tiene agujeros, pero no son para que uno respire, claro que no, son para espiar, para ser espiado.

A veces miramos hacia arriba y comprobamos que más que en una caja de zapatos estamos dentro de una cacerola. Cuando miramos al cielo vemos el rostro de nuestro cocinero, que de vez en cuando se digna a revolvernos un momento.

En La Plata, a medida que uno se acerca al río, el precio de los inmuebles va bajando. Me han dicho que hay propiedades flotando en el río, las cuales están regaladas. En las afueras la gente muere de forma violenta, en el centro muere de forma aburrida; últimamente la gente elige departamento con ese criterio; cómo quisiera estirar la pata, se pregunta; yo no soy la excepción. El río está bien para mí. Cualquier cosa antes que esta cacerola

Belfry town

"¡Cómo la conciencia de no tener un hogar en ningún sitio había logrado paralizarlo y asfixiarlo interiormente!"

Robert Walser -El ayudante.

Prefiero las ciudades bajas, con pocos edificios que sobresalgan y que, preferiblemente sean campanarios u objetos por el estilo. Mis gustos en arquitectura son tan rudimentarios como mis conocimientos; una prueba de esto es mi insistencia en que cualquier edificio tenga un campanario.

He pasado algunos días en una ciudad baja, pero que tiene su impenitente nariz apuntada hacia el firmamento. Debo mencionar que tampoco me gustan las ciudades que apuntan con su nariz de ese modo, es decir, las que pretenden crecer. Es una ciudad con un trazado urbano típicamente español, es decir, poco original; tiene su iglesia clásica, que se ve mejor cuanto más lejos está, frente a la plaza principal. El concepto de plaza principal también es español. La ciudad es un satélite de esta plaza.

Tengo entendido que en el siglo XIX esta ciudad fue premiada por plagiarle el plano urbano a Baltimore. Era una época en la que se daban premios por diversos logros. Tal vez hubiera sido bueno vivir en Chivilcoy entonces.

Yo nací más de cien años más tarde, después me mudé a otra ciudad a la que amenazan darle otro premio diferente si se deshace de los carteles publicitarios vulgares y termina algunas construcciones céntricas inconclusas. Creo que la van a nombrar la mejor ciudad del mundo o algo así. Es verdad que La Plata tiene hermosas plazas, una interesante variedad de estilos arquitectónicos, que van desde el bizantino hasta el neogótico y que, de vez en cuando, hay algún recital de piano. Pero todo el mundo, aun los que ofrecen premios, parecen olvidarse de que las ciudades están repletas de personas y que eso es un mal irreparable.

Una ciudad con campanario, en algún lugar montañoso y frío: no podría seguir adelante si no me engaño con la posibilidad de que mis días terminen alguna vez en un lugar así. Creo que entonces hasta toleraría a las personas y, lo que es más razonable y real, toleraría que las personas me soporten a mí.

Some saturday or forgotten Sabath

“Oh sol! porque el funesto día alumbrar quisiste con tus rayos, dejárasle por siempre en sombra envuelto,¿porque alumbra tu luz tan negros crímenes, puedes ver sin horror tales sucesos?”

Jean Racine -La Tebaida.



¡Arcanos indescifrables! sombras del siciliano, malabares de rostros matinales, la magna fealdad de la mañana, la consecuente falta de oportunidad de la vigilia. Arcanos descifrados, una ciudad que se despliega obscenamente a la luz del día, que expresa todos sus pensamientos, improcedente, que muestra lo privado, lo oculto. Hay arcanos que no deberían ser descifrados. La mañana tal vez sea uno.

La Plata es un ciudad húmeda, llueve con frecuencia y con impunidad, casi se puede nadar en su atmósfera. Es untuosa, como un mar de bilis, a veces hay niebla, por la proximidad del río, todo es untuoso entonces. El invierno la ha enrarecido un poco, pero la mañana la ha convertido en el umbral a una dimensión indeseada. Otro arcano que no hay que descifrar, La Plata, a las orillas de un río de linfa.

Me alivia saber que envejecí. Lo sentí en todas mis fibras está mañana, al darme cuanta de cuanto me alegraba no haber salido por la noche, cuanto me alegraba saber que puedo pasar noches inocentes, haciendo cosas sencillas, inocuas, como dibujar sin parar y recuperar de a ratos cierto entusiasmo, sin tener ninguna deuda con mi juventud. Juventud, otro arcano, también descifrado, uno que se ocultaba sin ocultar nada.

Qué alivio da la certeza de que se ha ido o, por lo menos, la promesa de que se irá.


Le monde où je dors









"Nada puede superar el inconveniente de un sujeto que se hunde porque su otro adopta un aire ausente, mientras existen todavía tantos hombres en el mundo que mueren de hambre, mientras tantos pueblos luchan duramente por su liberación."

Roland Barthes

-Fragmentos de un discurso amoroso.

Allí estaba: ese era el mundo a través de la ventana, a través de la lluvia, a través de horas sin dormir. Allí estaba el mundo, uno en el que las lluvias caen hacia abajo, los edificios se construyen hacia arriba y en el que se me permite replegarme en mi madriguera, bajo la forma de desmayo o de sueño.

Como en un dibujo de Escher, como en una verdadera pesadilla, el mundo da muestras de estar también de este lado de la ventana. Puede que sea la dialéctica, algún secreto que Hegel no descubrió antes de morir, que se me viene a revelar ahora, a mí, a mi limitado intelecto, justo cuando me estoy desvaneciendo en el sopor.

La Idea se desenvuelve sobre mí, confiada, segura de que soy una herramienta útil para llegar a sí misma. Pero me duermo. La Idea pasa de largo, frustrada. Yo, también frustrado, estoy dormido. Del otro lado del sueño también hay una ventana y una Idea que se retira sombriamente.

Por momentos, me despierto, me aseguro de haber estado dormido, vuelvo a dormirme convencido de que no estaré seguro de haberlo hecho hasta no despertarme para comprobarlo. El rostro familiar que me reconoce desde el otro lado de la ventana del sueño practica una sonrisa que soy incapaz de concebir fuera del sueño, sonríe con un intensidad irreal, se aproxima a mí, que no se donde estoy, pero no hace falta, porque no puedo imaginar cómo podría alguien correr hacia mí. La soledad me aplasta. Inseguro de estar verdaderamente dormido me despierto a verificarlo, el encuentro se interrumpe. Se hubiera interrumpido aunque hubiera estado despierto, me hubiera dormido para añorar la vigilia. Ya lo hice una vez.

Allí, del otro lado de la ventana, hay algo que no alcanza siquiera a ser el mundo.

Matters of plumbing (a typical domestic case of choking)



“La economía es un misterio.”

Michel Houellebecq –Plataforma

Compré duraznos. Trato de desarrollar una teoría que justifique la compra de vegetales, pero en lugar de eso pienso: "un hombre seductor es uno que sabe manejarse con habilidad", lo pienso mientras varias cosas se me desparraman por el piso del supermercado. Está tarde vi pasar por mi ventana al siciliano. Siento una leve agitación; algo como el asma, imagino, si supiera lo que es.

También compré una calabaza y naranjas. Sigo, confusa, oscuramente, tratando de justificar esas adquisiciones y los objetos siguen arrojándose suicidamente desde mis brazos diciéndome "un verdadero hombre no nos dejaría caer". El siciliano puede haber sido una alucinación siniestra. Después de todo, a quién le importa ser un hombre de verdad.

Salgo a la calle, de a ratos, esperando que alguien me diga "no te agites tanto", creo que con eso me bastaría.
Vuelvo a entrar seguro de que hay un remedio común para el mal funcionamiento de los drenajes y para mi ahogo. Corro, entonces, escaleras arriba y practico el primer paso: abrir la llave de agua caliente del bidet. No hay resultados visibles. El segundo paso es abrir una canilla en el piso de abajo. El tercero: hacer andar la ducha. Por último, abrir la llave de agua caliente del bidet, que ya estaba abierta y que ha terminado por confundirme. De todos modos, no sale agua, estoy a kilómetros de ser un sujeto seductor y los objetos se han rebelado una vez más en mi contra. Pero mi agitación se ha atenuado. Sin querer he encontrado un remedio casero efectivo para las sofocaciones.

Yo en la Mansión de los Justos


"Por mí se va a la ciudad del llanto;
por mí se va al eterno dolor;
por mi se va a la raza condenada...
¡Oh, vosotros los que entráis,
abandonad toda esperanza!

Dante Alighieri -Divina Comedia, Canto III



Entrar al mundo de las tinieblas supone conocer los riesgos de desviarse de la senda correcta, conocer los suplicios que esperan a quienes se alejan de ella. Es curioso que mi peregrinaje por el Infierno comience en el noveno círculo, saludando en franca despedida a Judas que, desde las babeantes fauces de Lucifer, me echa toda clase de maldiciones. He dejado a Minos sin trabajo y el Cancerberus da vueltas tratando de morderse sus colas cuando me ve pasar en reversa.

Así es como finalmente desembarco en el primer círculo, y me quedo vacilante en su puerto. Equivocadamente, había pensado que terminar en el Limbo hubiera sido buena ocasión para conversar con las grandes inteligencias perdidas. Pero la verdad es nadie quiere hablar; debí haber imaginado que la gente habla poco en el reino subterráneo.

Sin embargo, estoy cerca de la superficie y puedo ver las plantas de los pies de los que creen vagar por el Purgatorio pero que seguramente han tenido una mera lipotimia al esperar el subte durante un día de calor. La vida en el Limbo es como tomar baños fríos, consiste, de hecho, en tomar baños fríos. Es un lugar de gran lujo y comodidades en el que uno vive acampando cada día, eligiendo dormir bajo un árbol.
Lejos de lo que imaginamos, el Infierno está compuesto de hielo. No hay llamas ni para asar una perdiz; tampoco hay perdices.

Las maldiciones de Judas no surten efecto en este destino tan lejano. Nada surte efecto en realidad, sólo las reminiscencias: imaginar a Lucifer tratando de saludarme con la boca llena, por ejemplo. El noveno círculo, el lugar de donde hube partido, su recuerdo, es el único castigo en el Limbo: la eterna imagen de almas flotando en purpúreo vino, de infelices sin cuello tratar ahorcarse y una oveja o una cabra que cuenta historias sobre cómo Hércules rescató a Prometeo mientras prepara carne sobre una humeante asador imaginario.

Blue pneumonia








"But these are flowers that fly and all but sing:
And now from having ridden out desire
They lie closed over in the wind and cling
Where wheels have freshly sliced the April mire."

Robert Frost –Blue-Butterfly Day.


Es difícil sobrellevar un día de lluvia con zapatos resbaladizos. Creo que hubiera soportado con más dignidad que me cayera una de esas gigantescas piedras de granizo o me hubiera partido un rayo de los tantos que hubo.

Llovía durante toda la tarde. Nosotros buscábamos un arcano en una alcantarilla.
Nos faltaban pistas, pero un sapo había ofrecido guiarnos. Empezó por mostrarnos que las alcantarillas, en esta ciudad, están en la superficie. Nos condujo hasta un lugar seco, donde un hada trataba vanamente de convertirlo en hombre, y comenzó, con sus ojos redondos, hinchados de humores, a leer en silencio algo que no entendimos pero que tomamos como una plegaria.

Un búho convenció a las hadas de que se fueran por donde habían venido, es decir, por la ventana. El sapo eructó una fórmula ceremonial.
Fuimos despedidos, en medio del temporal, por el batracio que nos agradecía haber elegido sus servicios y que nos llamaría para arreglar sus honorarios. Una lombriz gigante nos acompañó hasta el centro de la tormenta."Recuerden que la alcantarilla está aquí", dijo la lombriz, señalando con el extremo que parecía ser la cola la extensión inundada de la ciudad.

En el barro los zapatos resbalan menos. Pero hay poco barro en una ciudad o lo hay donde uno no lo necesita. Pronto me encontré solo, habiendo olvidado todo sobre el arcano que buscábamos, todo sobre mi compañero de búsqueda, habiendo olvidado todo, todo. Entendí que esa era una realidad razonable: el sueño, el delirio de alguien que flota en aguas gélidas, con la promesa de que lo abandone el aliento. No podía hacer nada. "La alcantarilla está en vosotros", había dicho el inmundo sapo, aunque puede que haya sido una oruga, una polilla, "la alcantarilla sois vosotros, buscad allí el arcano", y luego agrego, "no olvidéis mis honorarios". Granizo, zapatos lisos, rayos y centellas, pero nada tan letal como una fría vigilia. Morir es como dejar de dormir, pensé, como dejar de dormir justo cuando se estaba resolviendo un sueño. Morir: despertar

Leaking stars from a little normal city

"Please could you stop the noise,
I'm trying to get some rest"

Radiohead -Paranoid android


Llevo varias semanas en una ciudad corriente, tal vez la más corriente de todas las poblaciones del mundo. Tiene una iglesia neoclásica, como todas las ciudades del mundo, y gente que da vueltas en torno a una plaza. Hay más perros que personas, por lo que uno no puede estar seguro de quien está paseando a quien. A veces llueven meteoritos, otras veces, alguna deidad aparece para dar algún aviso que cambiará el derrotero de la humanidad; pero los habitantes de esta ciudad no pueden dar fe de que haya pasado algo como eso: nada los distrae de su incesante peregrinaje y de la idea de que les pasan cosas terribles.

Algunos de mis vecinos han dicho que soy antipático. Al parecer, no los saludo cuando paso. Alguna gente no puede entender que uno sea simplemente distraído. Creo que han elevado una queja a la intendencia. El consejo deliberante está debatiendo acerca de lo que harán conmigo; parece que la propuesta de exiliarme va ganando cada vez más adeptos. Como yo imaginaba que esto pasaría, hace días que tengo el equipaje preparado.

Por las noches sueño con batallas, con amigos que me traicionan y con enemigos que se convierten en mis amigos. Cuando despierto tienen la osadía de no desaparecer, algunos tiran de las sábanas obligándome a dormirme otra vez. Algunos son soldados de la guerra de la secesión, otros son simples duendes, otros son personas que conozco ¡Por Dios! nada amenaza mis sueños como estos últimos.


L'inmutability des arbres


“De oídas te conocía, mas ahora mis ojos te ven.

Por eso me aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza.”

Job 42:5-6






Finalmente me he quedado solo. "¿Es eso lo que querías?, me pregunta un árbol. Le iba a responder que si, que ahora nadie corre peligro a mi alrededor, que sólo yo puedo tragar mi potente veneno, que nadie volverá a padecer mis azotes, pero me doy cuenta de que es un árbol y de que la voz seguramente no vino de él. No obstante, ensayo un discurso, imaginando que el árbol, un arce cercano a mi casa natal, puede escucharme y que, además, le interesa lo que digo. "Si, es mejor así", le digo al árbol, que permanece inmutable.

Siento cómo los objetos, a lo largo de mi paseo, tratan de darme palmadas en la espalda, complacientes, siento aún cómo algunos se quejan de no tener manos para hacerlo. Una cacerola, en mi cocina, me ha preguntado más de una vez si estoy seguro de lo que hago. Le respondí siempre, cada vez con un poco más de vacilación, que si, que sé lo que hago, que puedo estar solo todo el tiempo que sea necesario, todo lo que la providencia disponga.

Los arboles siguen igual, en hileras que ni el viento, ni el azar, ni la municipalidad es capaz de alterar. Lo único que nos separa es una cuestión de longevidad; su suerte, su extinción, se parecerá mucho a la mía. Pero no me atrevo a decírselos ya que han sido tan amables al no cuestionar mi respuesta de hace un rato. Pero lo pienso, "es apenas una cuestión de longevidad", pienso, mientras miro a un joven arce, lleno de verdor y de siglos por delante.

Finalmente me quedé solo. Todo salió como planeaba. Todo, menos el imperecedero rencor que me tengo. Es un alivio que algunas cosas perduren.

miércoles, 4 de junio de 2008

My sin forgive my virtue

"When done, my sins forgiven?
This God of mine relaxes
World dies I still pay taxes"

Alice in chains -God am







En mi imaginación hay una laguna y, en una de sus orillas, una casa improvisada con juncos y barro, o tal vez con ramas. Yo estoy dentro, siempre en mi imaginación, vencido por la fatiga y por el hambre. Por momentos duermo, creo haber estado entumecido por semanas, creo haber visto en sueños la solución para algún grave problema. Pero la verdad es que he dormido escasos minutos y ha sido el dolor de estomago lo que me despertó. Busco en los rincones de mi choza remota mi brebaje milagroso para volver a dormir, para soportar el dolor de la promesa de úlcera, para no ponerme a mordisquear hierbas frenéticamente.

En mi realidad hay un desierto, en el que es imposible la vida. Hay despeñaderos, riscos, desfiladeros, algún cementerio indio que, por descuido, he pisado.
En mi imaginación el sueño es una salida, en mi realidad es una entrada. En ambas, los cipreses se yerguen a los lejos, como torres de catedrales verdes o negras. En ambas, la noche es como el día.

Donde quiera que estoy, del pantano o de las arenas aflora un dios, o el secretario de un dios, que me informa con una voz amalgamada entre la broma y la gravedad, que una vez más me equivoqué de camino. Entonces dejo lo que estaba haciendo, sea juntando camalotes o rumiando piedras, y vacilo hasta que la criatura vuelve a aflorar y a decirme lo mismo, tal vez agregando: "no olvides tu brebaje, no importa donde vayas".