lunes, 2 de junio de 2008

Breve epístola universal a los que no responden



Gracia a vosotros. Existe la idea, o tal vez sea otro fruto de mi imaginación afectada por húmedos vapores, de que las cosas, llegado cierto punto, tienen cierta tendencia a desaparecer. Durante una semana, a veces más, otras menos, una persona o un objeto, o algo que reúna ambas características, puede ser suprimida de la existencia sin una advertencia le la pusiera en conocimiento del hecho inminente. Mi teoría al respecto es que uno no es avisado, precisamente, porque estas maniobras son manejadas por algún hado malcriado que lo va decidiendo a medida que se aburre.
Uno, por supuesto, que ya tiene cierta propensión a ser olvidado por la naturaleza, es olvidado ahora por todo lo demás; incluso por uno mismo, que un día al despertarse -sin conciencia de quien es el que yace sobre esa cama- siente un gran malestar al percibir que hay algo cercano que está estorbando y, como no podría ser de otro modo, termina siendo la propia osamenta.
Cuidaros de las providencias chocarreras, estad alertas ante los espíritus de la acidia que, en sórdida acechanza, esperan descender sobre vuestras testas mortales. Guardaros, os lo recomiendo con amplio conocimiento de causa, de la vigilia, que a la dulce sangre trae untuosa bilis. Rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros.
La gracia del Señor sea con vuestro espíritu.

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