lunes, 2 de junio de 2008

Día con bordes sombreados


"Un perro ladra. ¡Qué alivio! Un perro."
-Rainer María Rilke.

He pasado todo el día de hoy mudándome a una pocilga más decente. Ha sido un día muy deprimente, pero espero que, a la larga, me ofrezca resultados. Hay allí dos perros, un gato siamés y algunos fenómenos (una oveja que habla varias lenguas, un unicornio que sabe matemáticas y hasta un siciliano). Estoy muy cansado, pero creo que es natural. Todo lo demás, todo lo que experimento aparte de eso, probablemente sea artificial, alguna forma de superstición. Ahora tengo dónde guardar mi ropa, donde lavarla, tengo un colchón que huele a perro y la posibilidad de meter la cabeza en un microondas. No hablaré de las promesas que, en adelante, me ofrece la vida, sólo diré que probablemente aprenda italiano con la ayuda del gato, que según me dijo sabe la lengua a la perfección.

Vengo de hacer ejercicios y mi aspecto está lejos de ser presentable. Me veo, realmente, como rayos y centellas. Pensaba en pedir un taxi para terminar de mudar mis pertenencias a mi nueva residencia. Pensaba también en otros asuntos, pero trato de concentrarme en lo del taxi dado que es lo que parece tener más importancia ahora. Ha sido un mal día, uno de los peores. Tuve ataques de desesperación a lo largo de la tarde, el impulso de tomarme un tren o tal vez dos, una serie de antiguas obsesiones, nuevas compulsiones, la extraviada ocurrencia de que exista alguien a quien llamar. Tuve, en verdad, un pésimo día. Anoche, además, me dieron la noticia de que ya podía mudarme a otra habitación de la casa con la promesa de que estaría más tranquilo. Dijeron algo de ciertas goteras, pero con mi entusiasmo no hice el menor caso. El cuarto, al que se accedía a través de una inquietante escalera, parecía una celda, un depósito, un lugar donde dejar cosas que estorban. Estaba prolijamente pintado de amarillo claro sobre los ladrillos. Mi entusiasmo no me permitió ceder: esa era mi nueva habitación y tenía un crujiente piso de madera y cielorraso con tirantes a la vista en los que se leía alguna marca extranjera que uno bien podría encontrar en la orilla de algún puerto. Espero que no sea muy tarde para llamar al taxi; hoy es el último día antes de devolver las llaves en la casa vieja. He estado entrando furtivamente los últimos cinco días. A eso de las dos de la madrugada, mientras me hallaba leyendo sin lentes "Los cuadernos de Malte Laurids Brigge", comenzaron a caer las primeras gotas, sobre el cubrecama, sospecho que sobre mi pierna. Tardé un rato en planear algo: rescatar el colchón y ponerlo en algún lugar seco, correr la cama, correr todos los muebles, arrojarme por la escalera maldiciendo o no la mala suerte. De algún modo hice todo eso, aunque finalmente no hice nada. Un chorro de agua afloro del techo en dirección a donde me disponía a colocar el colchón y algunas hileras de gotas amenazaban otros lugares secos del pequeño piso. Eran cerca de las cuatro cuando logré ubicar la cama en un lugar sin gotas y volvía a la lectura de Rilke. No obstante, de vez en cuando, una gota cercana que chocaba contra el piso me salpicaba la cara. Así fue durante toda la noche. Esta mañana debí haber llamado al médico y a la tarde debí haber asistido a un seminario. Esta noche decidí que voy a dormir en algún otro lado. Me duele la espalda, extraño mi niñez y me han dicho que estoy más corpulento. Tengo una sola respuesta para todo, una única forma de reaccionar ante cualquier hostilidad, una forma, elemental, rudimentaria: me suprimo. Sencillamente, no estoy. He desaparecido. Me he desintegrado como una ruina borgiana. El que sufre no soy yo, es algún reflejo, algún dolor fantasma. Sólo tengo sonrisas y frases amables y perfume a jabón de tocador y reminiscencias más o menos felices y ningún teléfono a donde llamar por si colapso o me duele el estomago. De repente la vida se me figura como algo deseable, un repentino flujo de adrenalina a mi cerebro ha garantizado esa sensación por algunos segundos. Es una lastima que yo ya no esté para experimentarlo. Tengo que tomar un taxi. Como dijeran algunas personas, probablemente todas: "mañana hay cosas que hacer".

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