Francesco Petrarca -Bendito sea el año
En la distancia que separa a un hombre de una vereda a otra, en lo que tarda este en cruzar la calle, vi una tarde un sumario de las vulgaridades más típicas bajo la forma fortuita de un joven disfrazado de pescador.
¿Qué motiva a una persona a expresar su odio por los semejantes con epítetos lascivos sobre las paredes de un edificio clásico? Esa misma tarde tuve el impulso de responder que es la vulgaridad y la vanidad y que todo lo que pretende importancia está hecho por alguien que no sabe lo que hace.
Nosotros andábamos por ahí , junto a los edificios clásicos injuriados, con atuendos, por casualidad, de mendigo. Con manchas de mecánico en los pantalones, uno, con el fijador para el pelo extinto y lleno de polvo, el otro.
¿De quién hablan bien las cosas cuando las cosas deciden hablar? En medio del ataque que puede significar responder a una pregunta improcedente, sentí el vértigo de alguien que traspone el espacio para caer en un planeta ingrávido. “Soy prescindible y no sé amar”, me dije, torpemente, sosteniéndome de la balaustrada pintarrajeada del palacete clásico, “parezco esa imagen dureriana de
La paz sea sobre el entendimiento, deseo, mientras el joven disfrazado de pescador vuelve a cruzar la calle. Nadie es inocente. Todo lo que hacemos es superstición. Los optimistas no saben amar. El mundo, involuntariamente, sin la menor intención, sin que yo mismo quiera que abra su repulsiva boca, habla bien de mí, sentado en algún umbral.
No hay comentarios:
Publicar un comentario