jueves, 5 de junio de 2008

L'inmutability des arbres


“De oídas te conocía, mas ahora mis ojos te ven.

Por eso me aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza.”

Job 42:5-6






Finalmente me he quedado solo. "¿Es eso lo que querías?, me pregunta un árbol. Le iba a responder que si, que ahora nadie corre peligro a mi alrededor, que sólo yo puedo tragar mi potente veneno, que nadie volverá a padecer mis azotes, pero me doy cuenta de que es un árbol y de que la voz seguramente no vino de él. No obstante, ensayo un discurso, imaginando que el árbol, un arce cercano a mi casa natal, puede escucharme y que, además, le interesa lo que digo. "Si, es mejor así", le digo al árbol, que permanece inmutable.

Siento cómo los objetos, a lo largo de mi paseo, tratan de darme palmadas en la espalda, complacientes, siento aún cómo algunos se quejan de no tener manos para hacerlo. Una cacerola, en mi cocina, me ha preguntado más de una vez si estoy seguro de lo que hago. Le respondí siempre, cada vez con un poco más de vacilación, que si, que sé lo que hago, que puedo estar solo todo el tiempo que sea necesario, todo lo que la providencia disponga.

Los arboles siguen igual, en hileras que ni el viento, ni el azar, ni la municipalidad es capaz de alterar. Lo único que nos separa es una cuestión de longevidad; su suerte, su extinción, se parecerá mucho a la mía. Pero no me atrevo a decírselos ya que han sido tan amables al no cuestionar mi respuesta de hace un rato. Pero lo pienso, "es apenas una cuestión de longevidad", pienso, mientras miro a un joven arce, lleno de verdor y de siglos por delante.

Finalmente me quedé solo. Todo salió como planeaba. Todo, menos el imperecedero rencor que me tengo. Es un alivio que algunas cosas perduren.

No hay comentarios: