jueves, 5 de junio de 2008

Review of a fake visit to the Averne (About a fright)


"Pero, por cada sueño que estos vientos nos traen,
¡barren otra docena de los nuestros!"

Howard Phillip Lovecraft
-Soneto XIV de Hongos de Yuggoth, de Vientos estelares.




Las personas que nunca experimentamos temor tenemos un mecanismo que se pone en funcionamiento cada ciertos periodos no muy regulares, digamos cada un año y medio. Este mecanismo consiste en que un día, en algún momento indeterminado después de ese año y medio, digamos cuando uno ha apagado la luz para dormirse, el cuerpo de la persona se estremece en un espasmo de terror y confusión y la mente se trastorna por la eternidad de algunos minutos. Debemos sentirnos agradecidos con la naturaleza que nos regala de vez en cuando estos instantes de horror gratuito, dado que de lo contrario seríamos personas confiadas, ignorantes y, en especial, inmorales.

Después de haber pasado una semana sin dormir, había terminado por perder la conciencia y, sobre todo, el recuerdo de cómo era el sueño y la penumbra que lo acompaña. Había pérdido también la noción de algunas convenciones: persuadido de que la solución para la fatiga devastadora era comer, había intentado descansar repetidas veces durante esos días engullendo bestialmente. Pero el cansancio no se retiraba y la dulce cordura se alejaba de mí como un ave costera que se aparta para fallecer en altamar. En esa playa baldía donde la extenuación y los redundantes panes me habían arrastrado, ante la vista ambigua de inmensidades y acantilados célebres, fui vencido por el letargo y una siesta ignota me hizo su presa.

Al despertar, la penumbra más profunda se extendía de tal modo que me creí en el reino subterráneo. Había perecido, algo me convencía de ese hecho y me inundaba del más ancestral temor: las fuerzas declinantes, la sucesiva pérdida de la razón, esa última playa, tal vez la orilla del río infernal ¿no eran señales suficientes para demostrármelo? ¿Cuánto debía esperar un ser que nunca siente miedo para empezar a desesperarse? Mis convulsiones indignadas, mis estremecimientos en busca de algo, de la mano de Caronte, del prometido fuego eterno, arrojaron objetos contundentes al suelo invisible. No pude encontrar más que una extraña cuerda que, con la presión de mis dedos produjo un horrible relámpago que puso ante mis ojos el paisaje de la más espantosa de las prisiones. Yo estaba encima de un lecho, yaciendo indolente, rodeado de gruesas paredes. ¿Sería esa mi última morada? ¿Estaría pagando ya la pena eterna por mis incontables faltas? Podía ser eso, nada indicaba que no; pero un leve despertar de la conciencia me hizo reconocer algunos de los objetos arrojados: un compás, un libro, una lámpara ¿podían ser objetos del Infierno? Sin duda. Pero estos eran los de mi habitación. Me había despertado y el horror experimentado me dejaba purificado por otro año y medio.

No hay comentarios: