lunes, 2 de junio de 2008

Earl Grey fields

"Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes. El que esté en la azotea, no descienda para tomar algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa" Mateo 24: 16 Tengo una hectárea para cultivar remolachas o, como lo hicieran mis antepasados cercanos, frágiles frutillas. Con el tiempo, la ganancia, el excedente económico, alguna treta feudal, compraría la hectárea vecina. Se extenderían mis dominios, todo está perfectamente pensado, y tal vez más tarde cambiaría los cultivos: earl grey. Todo termina en un té. Lo pensé todo: si mi inteligencia no alcanza mis expectativas, como no lo está haciendo, si no alcanza ninguna expectativa, me retiraré al campo a congraciarme con la creación viendo cómo crecen vergeles. Podría ser un humilde profesor, uno que no tenga demasiado para decir, que tuviera un auto parecido a un armario y que, de vez en cuando, le confiese a algún alumno más o menos lúcido que le hubiera gustado componer una sinfonía como la "Leningrad". La Razón me abandona, cualquier talento del que haya sido acusado alguna vez, también. Lo que me queda es una gran sensación de alivio, la tranquilizadora idea de que ya no soy responsable más que de mi propia redención. Pero, aun entre mis remolachas, mis frutillas bizantinas, mis árboles de extrañas mandarinas para hacer té, me acosará la idea de que pude haber sido una inteligencia que se destruyó a si misma, una expresión malograda del Logos. No habrá tranquilidad, pero habrá brisas bucólicas, que es más o menos lo mismo. Afortunada o desafortunadamente, el arrepentimiento, así como el té, está siempre al alcance la mano.

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