jueves, 5 de junio de 2008

Scraps of delirium (Myth, disease or fable)


Agnus Dei, qui tollis peccata mundis, dona eis requiem sempiternam.
Lux aeterna, luceat eis, Domine, cum sanctis tuis in aeternum, quia pius es."

Requiem k 626. Mozart

Duermo; es un sueño normal, más bien uno bastante frágil. En pocas horas debo despertar para proteger a Viena del asedio otomano. Soy un soldado, uno hecho para morir y, en el mejor de los casos, para matar, pero sólo a los otomanos. Eso me han ordenado: “amparad la ciudad del desorden osmanlí, no flaqueéis ante el potente cañón ni ante la afilada cimitarra, de vos, oh, soldado, dependen los gratos cuartetos de cuerdas y las sonatas, caros a los mortales venideros”. Debo eliminar otomanos, me ha quedado claro. En pocas horas habré despertado para ocupar mi puesto.
Tengo problemas para conciliar el sueño a pesar de que me acuesto muy temprano por la mañana. Pienso, pienso antes de que finalmente la vigilia se rinda y lo hago a mitad del colapso que simula ser el sueño. No recuerdo cuando desperté, pero me resulta penoso volver a dormir. Pronto amanecerá y ocuparé mi lugar en la frontera, donde la ralea mongol amenaza asaltar y destruir la erudición de milenios de mi ilustradísimo pueblo.
Descubro que estoy enfermo, por casualidad, de muy poca gravedad; pero mis miembros me pesan desacostumbradamente y el entendimiento se me nubla. En sueños, alguien, probablemente un huno o un eslavo, cualquier bárbaro devenido en amigo, con un disfraz de pastos, me da incongruentes pero persuasivos consejos. “Pasad a mi lado una semana, me dice, y jamás os volverán a reconocer”. Al verme, me reconozco ataviado con un enorme tricornio de paja y una sotana bizantina. “¡Quedaos!, insiste el hombre de pastos, “¡quedaos y aprenderéis, conmigo, a escapar! ¡A jamás ser alcanzado!”.
Pero al mirar sobre mis hombros, vislumbro a mis espaldas un amanecer de extraño color, que resplandece tras las tropas crueles que he dejado pasar y mellan el suelo de mi descuidada patria. Sones elásticos las acompañan mientras un coro de graznidos anuncia el reinado inesperado. Desmayo; el hombre de pastos se mezcla con la planicie; duermo una vez más; veo todo con la claridad de una profecía.
Una vez caminaba por la calle y un cometa pasó no muy lejos, detrás de la cúpula de la catedral romántico-bizantina con minaretes que hay en mi ciudad. Creo que fui el único en verlo, o el único en creer que fue un cometa y no un juego pirotécnico. Los sonidos imprecisos de unos tamboriles jenízaros, un kamanché y un saz tratando de ejecutar un divertimento mozartiano me hicieron trastabillar, confundido, y mientras buscaba con tristeza un Danubio desecado tuve un único pensamiento claro: que aun juzgando que se tratara de un asteroide a punto de estrellarse sobre algún lugar de la ciudad, lo peor ya había ocurrido. El saz hizo un rubato y me desmayé. No tardaré en ser vituperado por alguno de mis tantos y tan poco amables vecinos; trataré de despertar antes de que me encuentren aquí tirado, pero antes de ocuparme de mi defensa, tal vez sueñe con que no los dejo cruzar mi recordado Danubio.

No hay comentarios: