martes, 3 de junio de 2008

Negotiating windows



"Lleve a un soldado a una batalla, póngale delante de un cañón y dispare, y él seguirá teniendo esperanza; pero si a ese mismo soldado se le lee una sentencia de muerte cierta, se volverá loco o romperá a llorar."


Fiodor Dostoievski -El idiota.




Desperté varias veces, con la sensación de que me derretía; casi podía ver mi materia colándose por las rendijas del entrepiso de madera. Un reloj me advierte maliciosamente que son las seis de la tarde, entonces creyendo que he permanecido demasiado tiempo en la cama y que, efectivamente, he dormido, me levanto. Esa fue la primera rebelión de los objetos en el día. El reloj mentía: no eran ni siquiera las tres de la tarde.

Le comento al siciliano y a su estirpe los problemas de vivir en el horno de panadería por el que me cobra 110 pesos mensuales, pero se lo ve muy contento por haber solucionado el problema de las goteras. Por un momento, dudé; no quise que se decepcionara, creo. En su entusiasmo, de dimensiones histriónicas, me dijo que iba a instalar un "extractor de aire".

Como no tengo idea de lo que es "un extractor de aire" pero imagino que lo que menos necesito es que algo extraiga el aire donde más me hace falta, salgo con decididas intenciones de conseguir otro lugar donde vivir.

La lluvia amenazaba, pero era bastante tonto hacerle caso. Hice algunos viajes a pie, llamadas telefónicas, conversaciones inverosímiles con gente repentinamente amable.

La lluvia finalmente me alcanzo cuando me dirigía a ver un posible alojamiento. Quería asegurarme de que tuviera ventanas. "Bueno, tiene una puerta al patio", me respondieron. Era hipotéticamente aceptable.

Crucé la ciudad, que se había inundado, pensando en lo tranquilo que se puede caminar sabiendo que, a pesar de que el agua le llegue a la pantorrilla, no hubo tiempo de que se juntes víboras y bichos que lo piquen a uno en los tobillos o lo fastidien, simplemente con su asquerosa presencia. "Estamos en una ciudad", me dije, con verdadera calma, "y estas son aguas recientes". Mientras tanto cruzaba un pantano de una cuadra con las manos en los bolsillos. "Es cierto", pensé, recordando las alcantarillas que seguramente se habían rebalsado, "pero las ratas saben nadar".

La habitación tenía una puerta, era verdad, y hasta parecía una ventana.

Volví decidido a anunciar mi próxima despedida. Pero volvieron a hablarme del endemoniado aparato, el "extractor de aire" que misteriosamente había cambiado su nombre a "tractor" y a ofrecerme una ventana, con vistas al Valhala, como todo lo que me han ofrecido los sicilianos.

Terminé el día negociando una ventana. Me pareció razonable. Parecía una broma, pero no lo era. Tampoco era una broma, pero acepté.

Empiezo a extrañar las goteras

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